Desde el Grupo de Feminismos de OCSI nos hemos reunido por videollamada a debatir sobre un tema fundamental en este año 2020: el coronavirus y cómo afecta a las mujeres en particular, su impacto en la igualdad de género, el machismo, la violencia machista…

El teletrabajo ha sido una de las palabras más sonadas del año. Por un lado, se trata de un arma de doble filo en cuanto a la conciliación. A raíz de la pandemia se ha vendido este nuevo auge del teletrabajo como una solución prometedora a los malabares que muchas personas se ven obligadas a hacer a la hora de conciliar la vida laboral con la personal. La parte negativa de esto llega cuando, en la mayoría de los casos, es la mujer la que se mantiene en casa haciendo todo un encaje de bolillos con los tiempos de cuidados familiares, de cuidado de la casa y de trabajo, sin tiempos de desconexión para sí misma. Al final, la conciliación se convierte en opresión cuando deja de ser la posibilidad de encajar las distintas piezas de tu vida y pasa a ser la obligación de gestionarlas todas a la vez, sobre todo cuando no va acompañada de corresponsabilidad. En lo que respecta a los hombres y el teletrabajo, sin embargo, la situación es diferente. En ciertos casos han pasado a ser otra pieza más de cuyo cuidado se ha tenido que hacer cargo la mujer, en contraste con otros que han asumido un papel parcial más activo, aunque muchas veces en su propio beneficio (véase la nueva afición masculina por hacer la compra durante el confinamiento). Por supuesto siempre estamos hablando de generalidades y cada casa puede tener sus excepciones en una u otra dirección. (https://elpais.com/ideas/2020-10-24/ojo-a-la-trampa-de-la-conciliacion.html)

También hemos hablado acerca de algunas madres solas, caso en el que ni siquiera existe la opción de la corresponsabilidad. A pesar de disfrutar de los privilegios de cuidar en solitario y no dar explicaciones, en “tiempos de pandemia” esta situación conlleva mayor vulnerabilidad, ya que en la madre asoma el miedo de qué pasaría si enfermara o muriera al ser la única persona de referencia que tiene su hija/hijo/hije. También existen los casos, por supuesto, de familias monoparentales en el sentido más literal de la palabra, donde es el hombre el que se hace cargo de sus hijas/hijos/hijes, pero quizás en estos casos el hombre tiende a ser más susceptible de recibir ayuda externa, al considerarse este cuidado como una “carga” que no le corresponde. Por eso, nuestro debate gira en torno a la respuesta social que los hombres en esta situación reciben (“pobrecito”, “¿cómo se estará organizando con el trabajo?”…), mientras que en el caso de las mujeres parece haber un consenso implícito de que los cuidados se asumen como tarea que forma parte de su vida y, generalmente, se ven expuestas a no recibir el apoyo o ayuda que requiere la responsabilidad del cuidado.

Por otro lado, la segunda trampa del teletrabajo llega al darnos cuenta de quienes pueden teletrabajar y quienes no: se agrava la brecha de clases. Las diferencias económicas implican una desigualdad de recursos y, con esto, la posibilidad o no de teletrabajar. Esta realidad se vio perfectamente reflejada en los inicios de la segunda ola con el confinamiento selectivo por zonas sanitarias en la ciudad de Madrid: un estudio de la UPM mostró que “el 86% de los trabajadores de zonas ‘confinadas’ de Madrid sale a diario a otras áreas ‘no confinadas’”: (https://cadenaser.com/emisora/2020/09/24/radio_madrid/1600962647_901433.html). Estas personas que desempeñan trabajos esenciales, con menor probabilidad de poder teletrabajar, usan más el transporte público, se trasladan a mayores distancias y muchas veces son personas migrantes, de barrios trabajadores y que habitan viviendas menos acomodadas y con un número elevado de convivientes. Todas estas circunstancias hacen que la probabilidad de contagio por COVID tenga un peso extra entre los colectivos más vulnerables.

Esto mismo nos hace pensar en la creciente polaridad que puede existir entre cuidados y tecnología, la cual consideramos que se ha acusado más si cabe con la COVID: la desigualdad crece, las grandes empresas (también las sanitarias) aumentan sus dividendos a la vez que cada vez más personas van a comedores sociales. Los trabajos más ‘modernos’ y digitalizados, en los que la tecnología juega un papel importante, se consideran, en la mayoría de los casos, en un escalafón social mucho más alto que aquellos trabajos relacionados con los cuidados y, en general, con el bienestar más esencial y necesario del individuo, que son los que sostienen la sociedad en la sombra. Por tanto, nos encontramos con que las personas que desempeñan los oficios más fundamentales para el sostenimiento de la vida son generalmente las más vulnerables, las peor valoradas y las que tienen que lidiar con unas condiciones de vida y de trabajo en muchas ocasiones vergonzosas; incluso, con demasiada frecuencia, son personas en situación “irregular”, aquellas cuyo derecho a la ciudadanía y al trabajo ni siquiera es reconocido por el Estado: pensemos, por ejemplo, en las trabajadoras domésticas. Así, la actual pandemia pone de nuevo sobre la mesa esta polaridad, en la que vemos cómo las personas que forman parte del “mundo tecnológico” han tenido la oportunidad de estar menos expuestas al virus que las del “mundo de los cuidados”, cuando ambos mundos deberían estar entrelazados y apoyarse el uno en el otro.

Continuando con los cuidados, en los últimos meses parece que se ha avanzado en el reconocimiento de la importancia de los trabajos relacionados con los cuidados y del papel predominante de la mujer en estos; pero de poco sirve el reconocimiento si no va acompañado de acciones, fundamentalmente por parte del Estado. Debatimos, pensamos, teorizamos… pero nada o poco cambia. ¿Qué papel toman ahí los hombres? ¿Por qué los hombres no cuidan equitativamente? ¿Cómo podemos cambiar esta tendencia tan clara? Como siempre con excepciones que no nos pasan desapercibidas y que reconocemos en algunos de nuestros compañeros, pero que siguen siendo la excepción entre los “suyos”.

Por último, queremos mencionar la punta de la cúspide: la violencia de género. Los datos indican que durante el confinamiento han aumentado las llamadas al 016 y que muchas mujeres víctimas de violencia machista se han visto doblemente atrapadas en sus casas, un lugar que debería ser su refugio y que, sin embargo, resulta ser todo lo contrario. Así lo muestra este informe del Instituto de la Mujer: (https://www.inmujer.gob.es/diseno/novedades/IMPACTO_DE_GENERO_DEL_COVID_19_%28uv%29.pdf)

Para terminar, queremos lanzar una reflexión: ¿será la COVID una oportunidad para cambiar el paradigma, para no volver a la normalidad en los aspectos en los que esta era injusta, desigual, violenta, racista…? Quizás es el momento de comenzar a cambiar la perspectiva y buscar una nueva normalidad, no la de la vida como antes pero con mascarilla, sino la de la vida que pone en el centro todas las otras vidas.